Mi Pozo, canal de luz

Hay nombres que uno recibe al nacer, sin saber. Pero hay nombres que te buscan. Como si fueran llaves antiguas que encajan exacto en las cerraduras del alma.

Mi nombre, Jaffa (יפה), está hecho de tres letras:
י (10) la chispa,
פ (80) la expresión,
ה (5) el aliento.
Juntas suman 95. Pero no es solo una cifra:
es un código espiritual,
una fórmula silenciosa que dice:
"Tu voz nace de lo divino para traer belleza al mundo."

El alma que cava su voz

La letra פ (Pe) es también la boca (פה).
Y esa boca, como un pozo, no se llena sola.
Hay que cavar.
Y mientras más se cava, más cerca está el agua.
No un agua cualquiera: agua viva, agua que brota del alma.

Así entendí que mi nombre es también un pozo.
Como el pozo de Rejovot, el único que fue bendecido.
El que Itzjak cavó después del conflicto y la disputa.
El que Hashem miró y dijo:

"Ahora Dios nos ha hecho lugar, y fructificaremos en la tierra." (Bereshit 26:22)

Ese pozo fue circular.
Y todo círculo tiene una constante: π (pi).
Una relación inquebrantable entre el borde y el centro.
Así también es la vida interior:
uno puede ensancharse o profundizar,
pero siempre hay un centro que sostiene todo.

El nombre como mapa y como espejo

Durante mucho tiempo llevé mi nombre sin saber lo que contenía.
Lo usaba como se usa una piedra en el bolsillo: sin mirar.
Pero con el tiempo empecé a sospechar que adentro había un mapa.
Un recordatorio de que fui hecha para hablar, para conectar, para iluminar.
No desde el saber absoluto, sino desde el silencio que escucha,
y el agua que espera.

Cada persona que lleva este nombre —o cualquier otro—
es parte de un mismo fractal:
una figura que se repite,
pero en cada uno toma una forma nueva.
Somos como pozos dispersos en un desierto amplio.
Cada uno cavando su misión.
Y sin embargo, debajo, el agua es la misma.

La voz como canal (y la tecnología como ayuda)

No siempre supe cómo expresarme.
Sentía el mensaje dentro, pero las palabras no alcanzaban.
Las imágenes que veía por dentro no sabían dibujarse afuera.
Y por mucho tiempo creí que eso era un límite que no se podía cruzar.

Pero entonces llegó la tecnología.
Y, como una herramienta al borde del pozo,
me ayudó a sacar el agua que no lograba subir sola.
Hoy puedo escribir, crear, dibujar y compartir
cosas que antes solo vivían en silencio.

No porque la tecnología tenga la respuesta,
sino porque, cuando el alma está lista, la herramienta aparece.
Y lo que antes parecía inaccesible,
hoy se vuelve posible, visible, compartible.

Hasta que el alma hable

No siempre sé qué decir.
No siempre sé cuál es mi rol.
Pero en los momentos más claros,
siento que mi voz no me pertenece del todo.
Como si hablara desde un lugar más hondo,
uno que me fue dado.
Una boca que es pozo.
Un nombre que es fractal.
Una constante que me une a lo divino.

Y entonces entiendo:
no se trata de ser importante.
Se trata de estar en sintonía.
De dejar que el agua fluya.
De seguir cavando.
Hasta que el alma hable.